Es curioso como una serie de
sucesos armonizados, pueden cambiar totalmente el rumbo de la vida. Pese a que
tenía un “negocio” medio apalabrado, en realidad no funcionaba y no lo digo por
el hecho de que ahora está conmigo, pero apareció con esos ojos negros, blusa
morada (y dado mi ya
consabido daltonismo, quizá era azul, verde, o violeta), pantalón de
mezclilla, pelo suelto y una dona disfrazada de pulsera.
Algo parecido al big bang sucedió
dentro de mí, cuando emití
un simple “buenas noches”. Lo supe antes de que me contestara el saludo, debía
de estar en mis brazos, así que decidí lanzarme a la conquista cual Hernán
Cortes.
El conquistador Español se valió
de las culturas sometidas, las hizo sus aliadas… jugaron también de su lado las enfermedades que sus
hombres trajeron para menguar las defensas y obtener en 1521 la claudicación
del imperio mexica.
478 años después lo traté de
emular, me hice del grupo de amigas que le rodeaban, y tenía una espía tipo
malinche que informaba de cada uno de sus movimientos.
Rosas anónimas diarias, hicieron
su trabajo, cada tercer día arremetíamos con un chocolate, y en las visitas de
tarde misteriosamente, y a
veces con poco disimulo, mis secuaces nos dejaban solos.
No lo niego: pasé más de una de
una noche triste al ver el que otros querían hacerse del imperio cochi
ferocesco.
Al ver que tenía competencia, decidí
en un movimiento estratégico darle remitente a las rosas y chocolates, era la
hora de la caballería pesada, le llevé un cuervo de peluche, feo como él solo
pero funcionó a la perfección.
Así fue como opté por dar el
golpe final, 9 de octubre del año 1999 de Nuestro Señor, preparé con antelación las palabras
justas, ni una más, ni una menos. Me despedí y le pedí 5 minutos, nos sentamos
en la escalera y, listo para el discurso, ¡que se me olvida todo lo que tenía
preparado!
No sé si fue la fuerza de
gravedad, el movimiento de rotación y traslación o alguna otra clase de fuerza invisible a mis ojos (y
miren que es decir bastante) lo que me hizo acercármele, por miedo creo
se cerraron mis ojos, la distancia que tenía calculada para ese primer beso se
redujo a la mitad de forma inesperada
y maravillosamente inolvidable.
¿Cuanto duró? No sabría
especificar a ciencia cierta, pero al terminar, sólo dije: ¿te gustaría ser mi
novia? A lo que amablemente contestó: “Lo
voy a pensar.”
A Hernán Cortés le bastó llegar a
México Tenochtitlán para hacerse con la conquista… en lo referente a su
servilleta aún no puedo terminar de hacerlo, y, pese a que nunca falta uno que
otro día difícil, hasta el momento no he pensado claudicar en el intento.
Nos vemos luego.
Pdt.
Reparando en todo creo que el conquistador salió
conquistado. Te amo.